martes, 25 de noviembre de 2014

O Menino e o Mundo

Por fin tuve oportunidad este sábado pasado, en el marco de la séptima edición de El Meu Primer Festival, que está orientado a introducir al público infantil en el disfrute del cine de animación independiente, de ver la que fue la gran ganadora de los premios de Annecy de este año, la portuguesa "O Menino e o Mundo" (El Niño y el Mundo). Además pude visionarla contando con la presencia en la sala de su director, Alê Abreu, que tuvo la deferencia de hablarnos sobre su película.
Para el director, "O Menino e o Mundo" es su segundo largometraje, después de haber debutado con "Garoto Cosmico" siete años antes, que a su vez seguía a la realización de cortos celebrados como "Passo" y "Espantalho". Tras pasar exitosamente por varios festivales como el de Ottawa y el de Shanghai, "O Menino e o Mundo" recaló en Annecy, donde se llevó el Premio Cristal al Mejor Largometraje de Animación, certificando "la gran vitalidad de la animación brasileña" (recordemos que también el año pasado fue un film brasileño, "Rio 2096: Uma História de Amor e Fúria" de Luiz Bolognesi, el que se llevó el premio del certamen).


La historia tras "El Niño y el Mundo" es la de muchas familias en Brasil, y por extensión en el mundo, cuyos padres se ven obligados a abandonar el campo o sus favelas para ir a ganarse la vida en la ciudad, dejando atrás a su familia y sometiéndose a muchas de las tiranías que la vida en la ciudad conlleva. Frente a esas tiranías, como son la ceguera del cemento, las injusticias laborales, el militarismo tras el orden preestablecido, y la agresividad medioambiental de las máquinas, Alê Abreu, contrapone la creatividad, la música, la libertad y sobre todo la inocencia y el juego, que son los que acompañan al niño protagonista del largometraje. Ese niño es Cuca, un pequeño que vive feliz y despreocupado en una idílica zona rural de Brasil hasta que su padre tiene que dejarlos para buscar trabajo en la ciudad, momento tras el cual el niño decide ir en su busca, embarcándose en un viaje y en una aventura apasionante, cuyos recuerdos son la guía de la historia y propiciarán encuentros entre su yo-niño y su yo-adolescente y su yo-anciano, pues la pérdida de su padre es también la suya propia. Los recuerdos, al cabo, son los que dan sentido a la historia, y dan luz a cierta sensación de confusión presente en buena parte del metraje, en un poético y esclarecedor final.
Y es que según su director, la película no surge de un guión, sino de pequeñas secuencias que fue desarrollando y ligando entre sí tras haber sentido la llamada de un esbozo suyo, que se encontró cuando estaba trabajando en un documental animado sobre los 500 años de historia de América Latina. Ese esbozo era el del pequeño niño protagonista de la película, que despertó en Abreu, según sus palabras, el deseo de conocer más sobre él e iniciar una labor de detective para explicar cuál era su pasado, qué historias tenía por delante y cómo era su relación con el mundo.
Esas pequeñas secuencias son presentadas sin parecerlo como recuerdos, y como todo recuerdo, surgen primero de una mente en blanco, como blancas son las primeras secuencias de la película, en cuanto a parquedad de detalles, y progresivamente se van llenando de color e infinita riqueza descriptiva. Y es aquí donde se revela uno -que no el único - de los mayores logros de la película, al poblar las escenas con magníficos dibujos de una calidad artística innegable. Tras los trazos a lápiz algo infantiles con los que partimos de la selva, se nos presentan nuevos estilos visuales, más sólidos y aclaparadores en cuanto llegamos a la ciudad, y en las escenas finales, hasta se incorporan imágenes reales para presentarnos la destrucción del sueño. En su realización, las técnicas utilizadas son múltiples y variadas (lápiz de color, acuarela, Guasch, collage, 3D..), como también las referencias (Miró, Braque, Kandinsky..), dando lugar a un resultado vigorosamente atractivo por lo que tiene de cuidado y artesanal, tan lejos de lo que nos suelen servir las majors.


En una película donde prácticamente no hay palabras (las únicas conversaciones que hay, muy pocas, se realizan mediante una pronunciación invertida del portugués), la música desarrolla un papel determinante. Como en el aspecto visual, también la música progresa con la película desde las simples notas de una flauta hasta los festivos y estridentes sonidos del Carnaval. Bajo la dirección de Gustavo Kurlat y Ruben Feffer, la película fluye perfectamente sincronizada con las interpretaciones de percusionistas como Nana Vasconselos o Barbatuques, GEM y el rapero Emicida, que aportan las canciones protesta que están en el orígen del largometraje. De hecho, fue la música de Vasconselos la que inspiró una de las escenas más simbólicas del filme, la de la batalla en pleno vuelo entre un ave multicolor que representa la libertad y los deseos y una rapaz negra de tintes nazis que simboliza la represión.
Del mismo modo, la ausencia de palabras aumenta la importancia de la animación, que se desarrolla brillantemente, sin límites. A pesar del aspecto simple de los personajes, con miembros de alambre y rostros sencillos, Abreu y su equipo de animadores les han dado la riqueza de movimientos y la expresividad necesarias para dar a la animación toda la fuerza que se merece. También el mundo en que se mueven está ricamente animado, e incluso podemos maravillarnos con bellas animaciones abstractas que abren y cierran la película y las visiones kaleidoscópicas con que se entretiene Cuca.
Bajo la apariencia de una película para niños descubrimos en "O Menino e o Mundo" una gran película que es también, y principalmente, para mayores. La mirada infantil a través de los ojos de Cuca no es más que un prisma para presentar con sencillez a un ritmo agradable, nada frenético, la complejidad del mundo, en que se enfrentan la tranquilidad del campo con la alienación de la gran ciudad, y para denunciar una economía en que prima la rentabilidad sobre el hombre y sobre la naturaleza. Tras su vestido colorista y musical, la película acaba dejando un regusto melancólico y triste que suscita la reflexión.


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