miércoles, 22 de noviembre de 2017

El Bosque de Haquivaqui

El Meu Primer Festival supuso el preestreno del largometraje en stop motion "El Bosque de Haquivaqui" (Dyrene i Hakkebakkeskogen), que ofreció al público infantil una lúcida aventura en que los animales del bosque deciden apartar sus instintos para convivir en paz. La nueva película de Rasmus A. Sivertsen, continuador de la tradición de la animación stop motion noruega encabezada por el genial Ivo Caprino (no en vano firma dos largometrajes basados en el clásico "Flåklypa Gran Prix" del legendario animador), ensalza la importancia del trabajo en equipo y de la coexistencia pacífica entre los diferentes ante el joven espectador al que va dirigida esta sabia fábula en la que prevalecen el buen humor y la alegría de su banda sonora.


Basándose e incluso reproduciendo los diálogos del popular libro "Klatremus Og De Andre Dyrene I Hakkebakkeskogen" (Claus Climbermouse and the other animals in the Huckybucky forest) escrito e ilustrado por Thorbjørn Egner (1912–1990), que a su vez adaptaba un serial radiofónico infantil para el cual el propio Thorbjørn Egner y Christian Hartmann compusieron canciones que hoy son consideradas clásicas en el entretenimiento y la cultura de los niños escandinavos, "El Bosque de Haquivaqui" presenta un mundo habitado por animales que caminan sobre dos piernas, viven en casas y van vestidos, y se asemejan a los seres humanos en gran parte de lo que hacen, dicen y piensan... si no fuera porque algunos de ellos aún conservan algunas costumbres como robar o cazar a sus presas. Hasta que llega el día en que el erizo Horace ataca a la tía-abuela del ratón Morten a medio camino de su casa y ello provoca la aprobación de una ley sobre la paz de los animales, de manera que todo aquél que quiera formar parte de la comunidad del bosque deberá cumplir tres condiciones: ser amigo de los demás, no comerse a nadie y no robar la comida ajena. Aunque todos aceptan cumplir la ley, el pobre zorro Marvin echa de menos la proteína, y pronto se levantarán desconfianzas cuando desaparece el pequeño oso Bruin.
La película es ante todo un divertido cuento dirigido principalmente al público infantil que, aderezado con un buen número de gentiles gags en los que suele salir malparado el sufrido zorro Marvin - y que permitirán al espectador atento hasta aprenderse la receta de unas galletas de jengibre -, plantea casi de forma indirecta la siguiente moraleja:  Si los animales pueden entenderse para vivir pacíficamente incluso aparcando sus instintos más naturales, ¿cómo no podrían ser capaces los humanos de apartar sus diferencias para vivir en armonía? En sus recursos para evitar a los depredadores antes de la nueva ley, y para superar tentaciones después de entrar en vigor aquélla, los personajes les enseñan a los niños y niñas que las soluciones se encuentran aplicando alegría, ingenio, astucia y generosidad. En un recurso inequívocamente expresivo, el largometraje muestra a los humanos como los únicos capaces de alterar y poner en peligro la paz que los animales del bosque han logrado afianzar, lo que a su vez es una llamada para que el ser humano haga lo mismo, mostrando que si aplica la violencia, al final sólo él puede resultar maltrecho. Indudablemente a la trama le faltan grises, y desde un punto de vista adulto hasta se le puede achacar que no plantea alternativas realmente sostenibles a las renuncias que los animales del bosque han de hacer, o por extensión y más propiamente a los problemas que puedan llevar a los humanos a enfrentarse, pero como llamada a hacer un esfuerzo para la concordia y el entendimiento es perfectamente loable, y desde luego es totalmente acertada en su plasmación de que la violencia no lleva a ningún resultado beneficioso.


La animación de los personajes - en cuya construcción han participado los españoles Sonia Iglesias y Óscar Rodríguez, y que han pasado por las manos de los animadores César Díaz Meléndez, Marcos Valín y Carla Pereira, entre otros genios - es deliciosa en su simpatía y gracias a ese toque cartooniano que imprime su actuación, tan poco común en la animación stop motion si no fuera por los largometrajes de la factoría Aardman. Resultan especialmente memorables la sinuosidad de la cola del zorro Marvin, tan acertadamente animada como elemento perturbador de un modo que recuerda la clásica tradición titiritera del Punch, y la divertida secuencia pastelera entre Bobo y el Sr. Liebre.
Resulta grata asimismo la elección por establecer diferentes tamaños de los personajes en lugar de diseñarlos con tamaños semejantes como suele ocurrir en muchas de las películas protagonizadas por animales antropomórficos. Teniendo en cuenta la mayor dificultad que ello implica a la hora de animarlos, es de celebrar por cuanto abre el número de posibilidades expresivas de cada personaje, cada uno según su propio tamaño.
Más pobre resulta en cambio la integración con los fondos, que más que como un entorno en el que los protagonistas interactúan y se mueven, aparece a menudo como un decorado inamovible: que los personajes corran por el bosque sin levantar la más mínima nube de polvo o que puedan encaramarse a las ramas de los árboles sin que éstas se comben por su peso no pasa inadvertido, a pesar de las limitaciones presupuestarias que puedan existir, sobre todo cuando uno piensa en cómo Aardman ha solucionado históricamente la creación física de los efectos especiales o en la recreación digital que de los mismos hace Laika, o incluso en la genial manera en que el mismo Ivo Caprino animaba en "Flåklypa Gran Prix" los cabellos que Teodor Felgen combaba con sus dedos al pasarse la mano por la cabeza o se entretenía en hacer efectivo el peso que 'Il Tempo Gigante' ejercía al pasar sobre un puente. En cualquier caso los fondos son coloridos y atractivos y sin duda resultarán de agrado a los niños, y por otro lado resulta innegable el trabajo de creación de ítems y el minucioso cuidado con que se los anima, esta vez sí, en los hogares y negocios de los animales del bosque.
Hay que hacer mención finalmente a las composiciones musicales, que Rasmus A. Sivertsen incorpora convirtiendo la película en una comedia coral, como ya hiciera en "Dos colegas al rescate", y que contribuyen a acentuar el caracter extremadamente amable y alegre de la cinta.


Lo mejor: el espíritu alegre y positivo con que se plantea una alegoría en favor de la concordia entre los seres humanos.
En contra: la estricta fidelidad a un cuento de mediados del siglo pasado puede lastrar a la película con una carga de inocencia poco coincidente con los tiempos que corren.

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